...Y fueron felices

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

 En otro artículo mencionaba la necesidad de ser más propositivos, así que: en este bello o hermoso día, (no es necesario ser cursi para ser propositivo ¿verdad? por lo cual pueden ustedes suprimir eso de “en este bello o hermoso día”. Gracias). Pues como iba diciendo antes de interrumpirme, quiero aprovechar este espacio para proponer algo positivo.

Aunque aquí me enfrento a un inconveniente: en el artículo citado afirmé estar de acuerdo en que la gente hoy en día no está dispuesta a oír, o leer, ni discursos moralizantes, ni sermones, con lo cual me siento como frente a un toro de lidia y con las manos atadas. (Nota: “lidia” significa pelea, y es distinto de Lidia que es nombre de mujer, la cual no necesariamente está obligada a tener mal humor, ni a ser dueña de una ganadería). Así pues, he de escribir sobre algo bueno y atractivo sin tratar de sermonear ni basarme en criterios morales. ¡Ahora sí me la pusieron fácil! Pero aun así acepto el reto. (Veremos como me sale este artículo).

Si yo quisiera hablarles a los jóvenes acerca del matrimonio y la conveniencia del respeto, el amor, y la fidelidad hasta la muerte, no podré echar mano de que, para los católicos además de ser un contrato inviolable, es algo sagrado pues es un Sacramento. Pues para empezar, hay quienes no son católicos, y dentro de ellos, muchos ignoran la calidad y grandeza de los Sacramentos, por lo que sólo podría acudir a ejemplos de la vida real, en pro y en contra, de estos principios para que cada quien tome su decisión.

Haría falta ser un auténtico actor de Hollywood o un rockero americano bien empastillado como para casarse con el propósito de divorciarse más tarde. Pero no creo que una persona normal haya caído en un error tan grave. Normalmente la gente se casa buscando ser feliz, y en la mayoría de los casos, por amor. El matrimonio es un punto de partida para formar una familia en la cual pueden nacer hijos que tengan papá y mamá. Cuando somos pequeños necesitamos más que nunca de un ambiente pacífico y cariñoso que nos dé seguridad en nosotros mismos, y si el ambiente de nuestra familia es tenso y agresivo solamente puede producir inestabilidad emocional, y ésta nos lleva a una actitud agresiva y/o acobardada ante quienes nos rodean. (¿Voy bien?).

Pienso que uno de los errores más graves de nuestra civilización es haber comercializado el matrimonio como si fuera un contrato más. De esta forma lo equiparamos a los acuerdos mercantiles y laborales que se pueden abolir por diversos motivos como si revocarlo no produjera graves consecuencias. Afortunadamente muchos lo consideran como una “alianza” de categoría muy superior, es decir, como la unión de un yo, con otro yo, para formar un solo yo, único e indivisible.

Además, casarse enamorado no asegura que el matrimonio será estable y armonioso, pues también se requiere una preparación emocional, física, psíquica, económica, y cultural que pueda soportarlo. Al decir “cultural” me refiero a que nuestra conducta se basa en “una forma de pensar determinada” que sirve como campo de cultivo para el ejercicio de virtudes como la tolerancia, la paciencia, el buen humor, el orden, la laboriosidad y otras, que facilitan trabajar el ambiente familiar. El amor puede desaparecer cuando la pareja, o uno de ellos, no se preocupa de fortalecerlo y, por lo mismo, esa pérdida podría ser culpable.

Preguntémosle a una persona divorciada, “no, si se arrepiente de haberse divorciado”; sino: “si su ideal en la vida había sido llegar a ser divorciada”. La diferencia es muy importante, pues hay situaciones insoportables, o sumamente dañinas, para los miembros de una familia, y en determinados casos resulta oportuno contar con los beneficios de las leyes civiles que aseguren el sustento de los hijos a través de un divorcio. Pero, no lo perdamos de vista, el divorcio siempre deja una huella de fracaso en el alma de quien quería ser feliz en el matrimonio. Ahora cuestionemos a los hijos de divorciados, ¿qué esperaban de sus padres cuando descubrían sus disgustos?

Mi propuesta en este caso es doble. Primero, pensar: no si se está enamorado(a), pues partimos de esa base, sino si la otra persona da muestras de ser responsable, educada, paciente, dueña de su carácter, formal, trabajadora, en fin... Y segundo: ¿están acostumbrados(as) a resolver sus problemas pensando en los demás? Si no es así, quizás convenga entrenarse en ello durante algunos años antes de casarse. (Me pregunto si con esto ¿habré convencido a alguien de algo?).